martes, 29 de abril de 2014
Tarea para una generación
lunes, 21 de abril de 2014
Danza, danza, danza.
miércoles, 16 de abril de 2014
Simbología de los pechos
martes, 1 de abril de 2014
Preguntad a las mujeres
Yo recuerdo una en concreto en un autobús. Un hombre me preguntó cuál era la parada y yo contesté simplemente con amabilidad, lo que supuso que se sentara a mi lado y me tocara la pierna. Le dije que me dejara de tocar y lo siguió haciendo, riéndose. En ese momento tenía unos 18 años y sentí vergüenza de defenderme. Pensé que había hecho algo para provocarle y que, si yo lo pensaba, la mayoría de la gente lo pensaría. Quizás había sonreído demasiado. Quizás no se debe sonreír a los hombres con amabilidad si no quieres meterte en problemas.
No nombraré todas las veces que estando con mis amigas en algún bar o discoteca hemos recibido pellizcos y sufrido tocamientos forzosos por los que se ocultaban en la oscuridad del garito en cuestión. Quizás el hecho de bailar en una discoteca es ya un motivo suficiente para que algunos crean que nuestro cuerpo es un objeto puesto ahí precisamente para ellos.
El hecho de que con 16 años ya me hubiera encontrado al menos 4 o 5 exhibicionistas masturbándose en frente de mí (con la intención de que lo viera,claro) supuso que mi inocencia se esfumara rápido. No creo que sea mala suerte la mía. Gracias a este hecho, no me sorprendió que un policía desde el coche me hiciera gestos obscenos. Esto también me recuerda el episodio que viví cuando un coche patrulla me paró andando por un parque sola y uno de los polis, el guasón, me dijera: “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?”.
¿Por qué me ha dado por recordar estas cosas? Omito muchas, algunas por las que sigo sintiendo vergüenza e incomprensión. Lo relato para que se sepa que no estamos en condiciones de igualdad aunque la palabra “igualdad” se haya repetido infinitas veces. Si estas cosas pasan tan a menudo y a tantas mujeres, es porque muchos hombres se siguen viendo como la casta superior que, por el poder que les ha sido conferido, pueden hacer uso de todos los recursos a su alcance, aunque ese recurso sea el cuerpo de la mujer (incluso siendo una desconocida). Esta ideología se complementa claramente con la de las mujeres, las mujeres como yo en aquella situación, que piensan que si reciben ese trato es porque o bien han provocado, o bien estaban en el lugar menos indicado y en el momento menos oportuno. Cosas de la vida, nos decimos unas a otras. Mejor dicho, callamos más que contamos y siempre por vergüenza. Tampoco, como dice Despentes en Teoría King Kong, quiere la sociedad que las mujeres víctimas de acosos y violaciones se salgan del papel de víctimas y griten de rabia. Ser víctima es un rol muy concreto: el trauma, la culpa, la vergüenza, la marca. La debilidad.
Primo Levi acertó cuando dijo que una enfermedad moral significativa era confundir a la víctima con su verdugo y un síntoma de esta enfermedad es exigir responsabilidades a las víctimas. Así, la pregunta de por qué aquellas mujeres no hicieron nada, es una pregunta mal enfocada. Yo pienso que sí podemos hacer algo pero TODOS podemos. En primer lugar, educar a los hombres para que no se crean amos y dueños de nuestros cuerpos. También deberíamos educar a las mujeres para que sean dueñas de sí mismas y de sus cuerpos y puedan ejercer así su defensa, llegado el caso, ante abusos de cualquier tipo.
martes, 23 de marzo de 2010
Cantos a la vida y a la muerte de los otros.
Derrida se hacía la pregunta ¿Qué es vivir juntos? e inevitablemente surgía la pregunta ¿Se puede acaso no vivir juntos? La alteridad es un existenciario en terminología heideggeriana. El “ahí” ya incluye al otro, lo que no soy yo pero que me configura, delimita mi espacio pero también me abre las puertas.
El ser humano en soledad ensueña pero esta no es una experiencia solipsista aunque sí, valga la redundancia, solitaria. No es solipsista puesto que, al acceder a los mundos de la ensoñación, establece un tipo de comunicación, se le aparecen las imágenes amadas y sueña, al fin y al cabo, con expresar lo inexpresable y ese es el sentido de la poesía, íntima expresión pero en ningún caso hermética. No, porque allí donde está la palabra se abre un mundo de significado, de sentido, aunque siempre esté limitada. Nunca se expresa todo lo que se quiere expresar ni se entiende todo lo que se “debería” entender pero ¿existe la palabra concreta para estas sutiles realidades? ¿no es acaso el margen de interpretación (o incomprensión, como escribió Nietzsche) lo que nos hace comprensibles? Si, como pensaba Hegel, al final del camino la realidad se nos hiciera transparente ¿no moriría el ser del ser humano?
No es la razón sino el sentimiento lo que más nos humaniza, en el sentido de que nos devuelve la conciencia de ser seres frágiles e imperfectos, vulnerables hacia el otro. Es el poder de comunicar sentimientos lo que nos une en esencia puesto que antes de lo razonable está la motivación, la voluntad de poder (comprender, crear, comunicar, amar, dañar, herir, matar) y el fracaso de la misma no es una desviación empírica sino la corroboración de nuestro peculiar modo de ser en el mundo.
Si existe un destino para el ser humano este sólo puede ser el Otro, y este es un destino inevitable como pensaron los griegos. Al final te alcanza terriblemente en el amor, tediosamente en la cotidianidad, sorprendentemente en la amistad y dolorosamente en la muerte. Con respecto a la muerte del Otro, Jorge Semprún hace una reflexión en torno a este “vivir la muerte” y en concreto a la sentencia de Wittgenstein “La muerte no es un acontecimiento de mi vida. La muerte no puede ser vivida”. Ahora cito directamente la reflexión de Semprún: “indudablemente la muerte no puede ser una experiencia vivida -vivencia en español- cosa sabida desde Epicuro. Ni tampoco una experiencia de la conciencia pura, del cogito. Siempre será una experiencia mediatizada, conceptual, experiencia de un hecho social práctico. Lo que constituye una evidencia de una pobreza espiritual extrema. De hecho, siendo rigurosos, el enunciado de Wittgenstein debería escribirse así: Mi muerte no es un acontecimiento de mi vida. No viviré mi muerte.” La muerte de los otros sí puede ser vivida y esa experiencia en concreto es la que nos pone en tensión, en el límite, en nuestro límite. El relato de Jorge Semprún de donde he seleccionado este texto “La escritura o la vida” se desarrolla en un escenario concreto, el Lager, donde la excepción era la vida y la muerte de los otros se presentaba como una amenaza, repetitiva e incluso tediosa.
El territorio íntimo del ser humano es el cuerpo pero, como señaló inmediatamente después Merleau-Ponty, cuerpo vivido. El “vivir” del hombre se caracteriza precisamente por la superación de la inmediatez de las necesidades biológicas y en esta superación, radica su libertad. Una libertad que se enmarca en el tiempo y este es su límite pero no el único. Aquí está la paradoja: El ser limitado pero condenado a pensar sus límites, es decir, a intentar transcenderlos. En esta pequeña reflexión, el límite que analizamos es el Otro. El ser humano no sólo se limita por necesidad en el otro sino que se transciende así mismo en la alteridad. Es lo que es sólo de manera relacional. Se podría así analizar la afirmación de existencialistas como Sartre “el ser humano si fuese inmortal no sería humano” pareja a la nuestra “el ser humano sin el otro no sería tal”.
El cogito cartesiano, la experiencia solipsista del pienso luego existo ha quedado refutada, entre otros filósofos, por Nietzsche: Existo luego pienso pero ¿Qué es existir para el ser humano? Existir ahí, arrojado a ese ahí, imperfecto ahí, con el imperfecto otro, desde su imperfecto ser para vivir y para morir. El ser humano no sólo es para la muerte sino, sobre todo, un ser para la vida. Antes que el destino fatal de la muerte tiene que vivir la experiencia fatal de ser para los otros en tanto que es para sí mismo y siempre en esta dialéctica y nunca fuera de ella.
Hay un verso de Miguel Hernández que recoge exactamente lo que quiero expresar sólo que de manera poética y genial. Pertenece a un poema llamado “Sentado sobre los muertos” que se puede encontrar en Poemas sociales de guerra y muerte. El poema entero lo recomiendo encarecidamente.
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene
y aquí estoy para morir
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
Y un solo trago la muerte.
Cuando leí por primera vez este poema no entendía qué significaba “veneros”. Viene de la palabra “vena” y tiene dos acepciones que aquí me interesan: Origen o principio de donde procede algo y manantiales de agua. Los orígenes del pueblo, es decir, la comunidad de los otros, siendo más que puramente otros, son estos cantos a la vida y a la muerte. Canto a la vida como desdichas y alegrías experimentadas entre los otros y sobre todo a la vida, reforzada por esa segunda acepción de “veneros” como manantiales pero, también y al final, canto a la muerte como la experiencia del morir ajeno pero no enajenante. Como experiencia de unión en lo inevitable, como vivencia fraterna de ser hijos de la misma tierra.